Contrario a los pocos comentarios previos a mi visita, en los que me advirtieron de su temible quietud, Cracovia es un ente vivo, joven, que en pleno mayo desviste a sus habitantes y los lleva en short y divertidas camisetas por los varios parques que vertebran su centro. Económica para el viajero occidental, tiene el añadido, este sí que desmiente cualquier falacia, de que la noche de los sitios culmina en el momento en que marcha el último cliente.
Los jóvenes suelen ser atentos con el visitante, y curiosos por los bienes personales que no se producen ni se comercializan allí. Hablan inglés fluido. Los padres, por el contrario, lo tartamudean. Aún tienen el plurilingüismo que les dejaron Berlín y Moscú.